Este verano me he entretenido con los dramas romanos de William Shakespeare. La culpa la tuvo el Festival Internacional de Teatro de Mérida que programó "Coriolano" en su programación de verano. Después de Coriolano, vino Tito Andrónico, Julio César y Antonio y Cleopatra. Ese es mi defecto. Como los pobres siempre quiero más.
Y independientemente del trabajo sobre esos dramas romanos (ver) he descubierto dos cosas interesantísimas que me acercan aún más a uno de mis tema-obsesión, el Renacimiento Italiano. La primera es que Shakespeare fue un gran renacentista. A pesar de ser inglés y no ser exactamente lo que podríamos decir un humanista. La segunda el enorme fraude que el siglo XVIII hizó con él. Y con casi todo. Como muy dice Jan Kott en "Shakespeare, nuestro contemporáneo", hubo que hacer un trabajo de arqueología para desenpolvar el auténtico Shakespeare que yacía bajo enormes cantidades de realismo neoclasicista y polvo romántico acumulado durante años por sendos movimientos social-artísticos.
Ese trabajo arqueológico me ha sacado a la luz el auténtico Shakespeare.
Shakespeare siempre me ha provocado emociones encontradas pues no entendía muy bien cómo el autor de los sonetos podía ser, a la vez autor de Hamlet. Y al fin he resuelto la contradicción. El Hamlet que nos llega no es el de Shakespeare, sino un Hamlet romántico que nada tiene que ver con el original. Y lo mismo ocurre con toda su obra dramática en general.
Esa falsificación llega a límites insospechados en la Historia del Arte.
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